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jueves, 14 de marzo de 2013

La Reina de los Condenados



"No dije nada. No podía. Sabía lo que había visto, lo sabía aunque ella no podía aceptarlo.
Nunca, en todos sus largos siglos de quietud, se había sentido tan sola; nunca había sufrido
este aislamiento definitivo. Oh, no era una cosa tan simple como la compañía de Enkil, o como
Marius cuando iba a dejarle las ofrendas; era algo mucho más profundo, muchísimo más
importante que aquello, ¡ella sola nunca había librado una batalla de argumentos con los que la
rodeaban!
Las lágrimas se derramaban por sus mejillas. Dos hilillos de rojo chillón. La boca le colgaba,
las cejas se juntaban en un oscuro fruncimiento, aunque su rostro nunca había estado tan
radiante.
—No, Lestat —empezó de nuevo—. Estás equivocado. Pero ahora debemos llevarlo hasta
el final; si tienen que morir todos para que te unas a mí, morirán. —Abrió los brazos.
Quise alejarme de ella; quise volver a replicarle, a oponerme a sus amenazas; pero cuando ella se acercó a mí, no me moví.
Aquí; la calidez de la brisa del Caribe; sus manos recorriendo mi espalda; sus dedos
peinando mi pelo. El néctar manando dentro de mí otra vez, inundándome de nuevo el corazón.
Y finalmente sus labios en mi garganta; el súbito aguijonazo de sus colmillos en mi piel. ¡Sí!
¡Como había ocurrido en la cripta, hacía mucho tiempo, sí! Su sangre y mi sangre. ¡Y el
ensordecedor trueno de su corazón, sí! Y era el éxtasis y yo no podía entregarme a él; no podía
hacerlo; y ella lo sabía."

Fragmento del libro "La reina de los Condenados"
Anne Rice

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