En lo mas profundo de tu perdida mirada
se inunda el placer de los inmortales,
yo no conozco el perdón ni la bendita misericordia,
entonces, ¡dime!, dime cuan enorme es tu deseo de encontrarte con la inmaculada salvación.
Tenerte frente a mi es un deleite infinito,
un regalo de la madre muerte que reina bajo mis tajantes colmillos,
colmado de el mas esquisto de los manjares de la existencia,
solo un lunático se negaría a coger semejante paraíso.
Podría masticar cada espacio de tu impetuosa vida,
el espejo de tu alma sacude la penetrante lujuria que se refugia en mi ataúd,
la necromante sensación de una lamida de fuego,
condenaría al mundo entero, por clavar mil navajas en tu corazón.
Continua rogando a tus infames Dioses, perdido en el inevitable destino,
las hojas, el silencioso viento percibirán la pintura de la sangre,
y mis húmedos labios se retuercen en el caos etéreo.
Es ineludible, mi condenada alma, que la muerte invada nuestras tierras.